Por fin he terminado el examen final del máster en productos financieros que estaba haciendo por cuenta de la empresa. Un máster que aunque interesante me ha dejado casi sin tiempo para temas roleros, lo que ha incluido escribir en el blog como bien habréis visto. Sin embargo una vez superado el escollo volvemos a la carga a lo grande, con un actual play de la aventura para La Llamada de Cthulhu "Abominaciones en el amazonas" que ya os reseñé aquí. On one shot de tono pulp, cinco jugadores y una noche muy larga de rol. Un auténtico éxito. Os dejo con el actual play:
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El grupo se había conocido en el viaje en "La tartana", que era como todos conocían al buque que les había llevado desde Nueva York hasta el puerto de El Callao, en Perú. Eran un grupo variopinto, cinco personas que sólo tenían una cosa en común, ser íntimos amigos del profesor Duncan Edwards con el que debían reunirse en la ciudad de Iquitos.
Heimrich Sdmitz -
Doctor en Antropología de la Universidad de Miskatonic y colaborador ocasional del Doctor Edwards
Elliot McDonald -
Profesor adjunto de Arqueología de la Universidad de Texas en Dallas y compañero de Departamento del Doctor Edwards
Jason Murray -
Diletante adinerado de intereses dispersos y exalumno del profesor
Jurgen Svensson -
Amigo de la infancia de Edwards y periodista en horas bajas con la imperiosa necesidad de encontrar una buena exclusiva para reflotar su economía
Steve Lean -
Policía de la ciudad de Nueva York y cuñado del profesor
Todos habían sido contactados mediante telegrama por el Dr. Edwards, indicándoles que estaba seguro de estar a punto de localizar el Tesoro de las Llanganatis, un mítico tesoro inca escondido por los últimos supervivientes de esta cultura para evitar que los ávidos conquistadores españoles se hicieran con él. Edwards quería contar con su presencia y compartir con ellos el momento del descubrimiento. Una propuesta que ninguno de ellos quería dejar pasar.
En la misiva que tenían entre manos, se les instaba a reunirse con un guía local, de nombre Ramón Rojo, en los muelles de Iquitos, así que eso fue lo primero que decidieron hacer en cuanto llegaron a esa población, justo después de instalarse en el Hotel Central, el más caro de la villa y probablemente el único con suficiente nivel para albergar a turistas internacionales. En la recepción les dieron las instrucciones para localizar el muelle fluvial, desde el que salían las barcas pesqueras que navegaban el mítico río Amazonas. Después de un par de preguntas al fin localizaron a Ramón, trabajando en algunas reparaciones menores en su barcaza, una chatarra que nadie entendía muy bien cómo podía navegar de nombre "Aurora".
Ramón al ver a un grupo de americanos, rápidamente les asoció con los amigos del Dr. Edwards y les comentó que si les iba bien partirían al día siguiente hasta el lugar donde podrían encontrarse con Edwards. El viaje suponía un par de jornadas en barca y luego medio día andando por dentro de la jungla. Les encomendó la tarea de hacerse con provisiones, mientras él preparaba la barca y hacía acopio de combustible. Se encontrarían a la mañana siguiente a bordo del Aurora.
El mercado local sólo abría por la mañana y ya era media tarde, así que aprovecharon lo que quedaba de jornada para ir a cenar a una taberna de pescadores, donde el Doctor Sdmitz aprovechó para preguntar a los lugareños por las historias locales sobre el río, la jungla y el tesoro de las Llanganatis. Ahí fue cuando escuchó por primera vez que muchos locales consideraban esa parte de la jungla como maldita y no querían acercarse a ella bajo ningún concepto. ¿Qué habría en esas junglas que asustara tanto a estos hombres?
En cualquier caso, a la mañana siguiente, después de aprovisionarse se acercaron hasta los muelles. El Aurora estaba preparado, con bidones de gasolina ya cargados y una especie de esterillas que sería el lugar donde deberían dormir la noche que pasarían en el barco. Sin embargo de Ramón Rojo no había ni rastro. Esperaron varias horas pero el guía seguía sin aparecer, así que decidieron buscarlo ellos. Mientras un par se quedaban en el Aurora por si Ramón venía al fin, el resto se fueron a preguntar por ahí.
Empezaron por los pescadores que tenían amarres cercanos al de Ramón. Algunos lo habían visto la noche anterior, cuando ellos se fueron Ramón continuaba trabajando en la preparación de la barcaza, pero nadie vio nada raro. Al final decidieron acercarse a casa de Ramón. Allí les abrió su hermano Esteban, que les confirmó que Ramón no había vuelto la noche anterior. Esteban iba a ponerse a buscar a su hermano, pero los investigadores tenían un mal presagio, algo les decía que el bueno del guía no aparecería, que alguien estaba intentando boicotearles.
Con esta idea en mente decidieron optar por una apuesta arriesgada, se dirigieron de nuevo al puerto y buscaron un marinero que pudiera pilotar el Aurora (que Ramón Rojo ya había preparado para la expedición) hasta el punto que tenían marcado en el mapa que el propio Dr. Edwards les había remitido. Al principio los marineros locales se mostraban muy reticentes, pero una alarmante cantidad de dólares americanos consiguió convencer a uno de los menos escrupulosos.
Nota del Director: Pensaba hacerles pagar esta decisión con creces, pues el mapa que tenían era muy vago y sólo delimitaba una zona, no una localización exacta, con lo que podría hacerles vagar por la inhóspita selva amazónica un buen rato, plagando ésta de peligros. Pero como veréis una afortunada tirada les libró de mi maquiavelismo.
Remontaban el río Amazonas cuando Jurgen Svensson escuchó a lo lejos el ruido del motor de otra barcaza. No una, si no varias veces. Los investigadores empezaron a temerse que alguien les estaba siguiendo. ¿Quizás el mismo que se había deshecho sigilosamente de Ramón Rojo? Igualmente no aminoraron la marcha y continuaron navegando hasta que el sol empezó a ponerse tras las copas de los árboles, momento en el que tuvieron que buscar un lugar a la orilla en el que amarrar la barca para pasar la noche.
Al poco escucharon como la barca que creían que les había estado siguiendo se ponía a su altura. Los investigadores estaban tensos, pero nada pasó. Los cuatro hombres que ocupaban la barca, les saludaron y continuaron camino. Sin embargo esto no apaciguó las suspicacias de los norteamericanos, pues se fijaron en que la barca que había estado todo el día detrás suyo era realmente más rápida que la suya. ¿Por qué no les habían pasado en todo el día entonces? Como no se fiaban, decidieron montar guardias esa noche. Algo que acabó siendo muy buena idea.
El Profesor McDonald era quien realizaba la tercera guardia mientras sus compañeros descansaban. Estaba medio adormecido y no escuchó la barca acercarse a la suya, pues ésta venía con el motor apagado, propulsándose lentamente con unos remos. McDonald los vio a la luz de la luna cuando ya estaban relativamente cerca. Se incorporó rápido para despertar a sus compañeros pero mientras lo hacía los cuatro hombres de la barcaza abrieron fuego con sus rifles. La oscuridad nocturna y el propio armazón de la Aurora evitaron una masacre rápida. Los americanos, tomaron rápidamente sus armas en respuesta y las balas danzaron bajo la luz de la luna. Los atacantes, una vez perdido el factor sorpresa que buscaban, tenían el problema de encontrarse hacinados en una barcaza muy pequeña, con lo que resultaban un blanco fácil. Tres de ellos cayeron mortalmente heridos a las aguas del Amazonas antes de que al último le entrara un repentino aprecio por su vida, encendiera el motor de su barca y aprovechara para huir.
Los investigadores sabían que su barca no era especialmente rápida y que no cogerían a su atacante, así que decidieron quedarse allí y empezar a curar sus heridas, pues varios de los americanos se encontraban heridos de cierta gravedad. Por suerte para ellos, a Steve Lean le habían dado unas buenas nociones de primeros auxilios en la Academia de Policía, así que pudo extraer las balas, desinfectar las heridas y vendarlas. Unos analgésicos para el dolor permitieron que los heridos pudieran reposar hasta al amanecer mientras el resto, desconfiado, no dejó de vigilar las oscuras aguas aferrados a sus rifles.
El segundo día de viaje discurrió sin incidentes. Cuando ya era tarde avanzada, el Aurora llegó a la zona del río que tenían marcada en el mapa de Edwards. Para su desazón se trataba de un meandro de varios kilómetros de longitud. ¿Dónde debían desembarcar exactamente? Simplemente desviarse un kilómetro arriba o abajo en la jungla podía hacer que no encontraran nunca el camino que había seguido la expedición de Edwards y que se perdieran en una selva hostil. Empezaban a darse cuenta del error que habían cometido al venir aquí sin guía cuando el Profesor McDonald dio un grito a sus compañeros señalando un punto concreto de la orilla. Allí estaba, camuflada entre el follaje de la ribera, la pequeña barca de su atacante nocturno. Estaban convencidos de que el rastro del hombre les llevaría hasta la desaparecida expedición del Profesor Edwards, así que hicieron parar al Aurora allí y desembarcaron sus pertenencias.
Nota del Director: Cuando vi ese 01 en la tirada de Descubrir no me lo podía creer. Ese crítico inesperado les salvó de muchos problemas en la jungla, pero es lo bonito de los juegos de rol, en los que la historia se va reescribiendo a veces a causa de estos golpes de suerte (o infortunio).
Elliot McDonald encontró rastros de sangre cerca de la barca, cosa que indicaba dos cosas importantes. Primero, que habían herido a su atacante la noche anterior y, segundo, que les sería mucho más fácil seguir el rastro del mismo. Siguiendo ese rastro pronto desembocaron en un pequeño sendero en medio de la jungla. No tenían idea de a dónde iba, pero estaba claro que había sido abierto para el paso de humanos y que su atacante los había seguido, así que decidieron seguirlo, siempre, eso sí, con las armas cargadas en la mano.
Continuaron caminando hasta que al cabo de un rato se encontraron con una visión macabra. Había un cuerpo colgado cabeza abajo de la rama de un árbol. Una profunda herida se abría en su abdomen y sus vísceras se esparcían desde la misma hasta el suelo. Los expedicionarios contuvieron sus arcadas y se pusieron a investigar el cadáver. Era de raza caucásica y el pasaporte lo identificaba como Harold Lockwood de nacionalidad americana. Sin duda uno de los miembros de la expedición del Dr. Edwards. ¿Pero quién le había hecho eso y lo había dejado allí colgado como advertencia? Temían que pronto lo averiguarían.
El Dr. Sdmitz encontró entre las pertenencias del difunto unos carretes fotográficos, un colgante de origen inca, un frasco con un líquido azul y una críptica nota que ponía "Sólo los sueños pueden salvarnos". Pero cuando sus conocimientos académicos le permitieron reconocer el extraño líquido como una sustancia alucinógena que utilizaban algunas culturas precolombinas para inducir un estado alucinógeno y viajar al mundo espiritual, lo conectó rápidamente con el contenido de la nota y decidió tomarse el azulado contenido. El resto de sus compañeros vieron azorados como el profesor de origen alemán entraba en un estado catatónico. Mientras, Heimrich experimentaba unas vívidas visiones de una pirámide escalonada oculta en la jungla, hombres serpientes y el Dr. Edwards capturado y con poco tiempo de vida por delante. La visión terminaba con la pirámide volando por los aires como resultado de una explosión.
Heimrich volvió en sí, ante el alivio de sus compañeros de expedición. Y pese al mareo que le quedaba como resultado de la experiencia alucinógena, se incorporó de un revuelo y urgió a sus compañeros a moverse rápido, pues les comunicó que había tenido una visión en que había visto a Edwards capturado y que si no se daban prisa quizás llegaran demasiado tarde ya para rescatarlo. La parte de la explosión en la pirámide no se la comunicó a nadie, quizás para no preocuparlos.
Nota del Director: No entendí porque comentaba con el resto de jugadores toda la visión menos la parte de la explosión. Pero como luego veréis esta información que decidió guardarse para sí mismo acabó siendo muy trascendental.
Continuaron pues prestos el camino hasta que al final, al cabo de un par de horas, pudieron distinguir a lo lejos la silueta de la pirámide que Sdmitz había visto en sus visiones. Cuando se acercaron vieron que ésta se encontraba en un claro y, a sus pies, se veían diversas cabañas de vetusta construcción. Se escuchaba algo de movimiento en el pequeño poblado, aunque tampoco demasiado para el número de viviendas que se veían. Discutieron un poco entre ellos al borde del claro hasta decidir que lo mejor que podían hacer era bordear el claro por dentro de la jungla y acercarse de nuevo a éste a la altura de las cabañas. Así lo hicieron y cuando llegaron allí se dieron cuenta de que éstas se encontraban abandonadas, parecía que los habitantes de las mismas hubieran huido de allí no hacía mucho y con bastantes prisas.
Se colaron en una de las cabañas y desde allí aprovecharon puerta y ventanas para observar con detalle el claro con unos prismáticos. Rápidamente situaron dos grupos de personas. Por un lado cerca de una gran piscina de aguas estancadas se encontraban un par de hombres (y uno de ellos era el que habían estado siguiendo desde que les atacara en el río) que mantenían amordazado en el suelo a otro americano. Delante de lo que parecía un pequeño templo había un segundo grupo más numeroso, de unas cinco personas que mantenían retenida a una mujer rubia, sin duda alguna también miembro de la expedición del Dr. Edwards.
Aquellos indígenas, fueran quienes fueran, les habían atacado a traición la noche pasada, retenían secuestrados a dos ciudadanos americanos y seguramente eran los culpables del sanguinario asesinato de Harold Lockwood y de la desaparición de Ramón Rojo. Así que los investigadores desecharon cualquier tipo de acercamiento sutil y decidieron acabar con ellos. De su lado disponían del factor sorpresa, así que buscaron buenas líneas de tiro, apuntaron con cuidado y abrieron fuego de forma simultánea, haciendo volar una lluvia de plomo sobre los secuestradores.
La iniciativa no salió nada mal, pues casi todos los investigadores eran buenos con las armas de fuego (bendita cultura norteamericana). Los dos hombres que estaban junto al amordazado cerca de la piscina cayeron antes de decir esta boca es mía y del grupo del templo, otro hombre cayó y un segundo resultó herido. Sin embargo el resto en vez de devolver el fuego decidió refugiarse en el interior del templo, cuyas puertas tenían justo al lado, llevándose consigo a la mujer secuestrada.
Los investigadores decidieron separarse. Elliot y Jurgen se dirigieron a liberar al hombre amordazado, mientras el resto se dirigía hacia el templo con intención de liberar a la mujer cautiva. Pero nunca llegaron a acceder al templo. Conforme se acercaban escucharon un cántico en una lengua extraña y después el grito agónico de la mujer mientras le rebanaban el cuello con una daga. Por si eso fuera poco para sus conciencias, en el mismo momento que la mujer exhalaba su último suspiro, un enorme portal se abrió sobre la pirámide y de él surgió una gargantuesca monstruosidad que desafió la cada vez más fina cordura del grupo de investigadores.
Nota del Director: En la versión oficial la aparición de este enemigo (el Minhocao) no viene como resultado de una invocación hecha por el sacerdote de los híbridos hombre serpiente, pero en este caso pensé que quedaba dramáticamente adecuado como respuesta a la falta de tacto de los PJs, que se habían dedicado a disparar a diestro y siniestro. Que vale que ésta sea una partida de tono marcadamente pulp, pero lo estaban llevando a unos extremos que…
Tener un monstruo de 40 metros de altura enfrente tuyo recién salido de un portal con otra dimensión pareció un aliciente suficiente para que los investigadores se olvidaran de sus armas y de la persecución de los híbridos y decidieran correr para salvar el pellejo. ¿Pero dónde podrían encontrar refugio de un ser de estas dimensiones? Una idea le pasó al Dr. Sdmitz por la cabeza, el único refugio posible era el interior de la pirámide. Así que empezó a correr como un loco hacia la entrada que se veía en una de la paredes de ésta. El resto de investigadores le siguieron, más por no tener otra alternativa mejor que por confiar en la idea de Sdmitz. Esto incluía a Elliot y Jurgen que tras liberar a la persona amordazada, decidieron seguir a sus compañeros dentro de la pirámide en vez de acompañar al recién liberado hacia el interior de la selva.
El plan de Sdmitz sólo tenía un pequeño problema y es que para alcanzar la puerta de acceso a la pirámide debían pasar por delante del monstruo, que estaba justo delante de ésta. Pese al obvio peligro esto no arredró a los investigadores, que se lanzaron a toda velocidad por entre las piernas del monstruo, mientras éste intentaba golpearles con sus lentas pero letales garras. Si el monstruo les alcanzaba podían darse por muertos, pero milagrosamente, el monstruo no alcanzó a ninguno de ellos y pudieron entrar sin percances en la pirámide.
Nota del Director: Esta escena la decidimos hacer rápida y mortífera. El Minhocao era un ser lento y no excesivamente ducho con sus armas naturales, pero si conseguía golpear a alguno de los PJs acabaría con el (su modificador al daño debido a su mastodóntico tamaño era suficiente para finiquitar los PV de cualquiera de los investigadores). Básicamente decidimos que el ser tendría una única oportunidad de golpear a cada investigador, sólo tenía un 30% de posibilidades de impactar, pero al que pillase por banda directamente le hacía papilla. Milagrosamente los dados de los jugadores desafiaron a las medias estadísticas y ninguno de ellos fue alcanzado por el monstruo recién invocado.
Una vez dentro de la pirámide no dejaron de correr. El recuerdo del monstruo que había estado a un tris de despedazarles les impedía pararse a descansar. Siguieron los pasadizos, siempre hacia abajo, siempre con las pistolas en la mano, hasta encontrarse bajo tierra. En ese momento les sorprendió que las paredes de esos mismos pasadizos dejaron de ser de la piedra con la que estaba construida la pirámide para pasar a ser de un extraño metal plateado. Los pasadizos estaban iluminados por unas fuentes de luz redondas y de una extraña luminiscencia azulada que ninguno de los investigadores consiguió identificar como un mecanismo de origen humano. ¿Dónde se encontraban? ¿Podía ser, como se temían, que debajo de la pirámide hubiera una nave alienígena abandonada y se encontraran ahora dentro de ella? El sudor frío empezó a bajar por las espaldas de más de uno de los investigadores.
El pasadizo desembocaba en una sala circular con numerosas salidas, pero lo que rápidamente llamó la atención de los investigadores fueron los dos seres que se erguían desafiantes en el centro de la estancia, seres antropomorfos con la piel recubierta de escamas de tonos verdes y una cabeza similar a la de una serpiente de morro achatado. Por fin estaban delante de los míticos hombres serpiente de los que hablaba Edwards en su carta tildándolos como simple leyenda. La verdad es que esa leyenda estaba muy viva y no tenía precisamente intenciones muy amistosas.
Los investigadores ni lo dudaron y abrieron fuego con sus armas, esperando que su superioridad numérica les hiciera acabar rápido con los vigías. Pero sus caras se tornaron en pura estupefacción cuando vieron que uno de los hombres serpiente, con una mano levantada con la palma hacia ellos conseguía desviar mágicamente sus balas. ¡Hechicería! El combate iba a ser más duro de lo previsto. Mientras uno de los hombres serpientes se dedicaba a realizar el hechizo que desviaba las balas de su objetivo, el otro se dedicaba a disparar una especie de bastón que disparaba una carga de energía pulsante y aturdidora. Por suerte los investigadores habían pillado buenas posiciones de tiro tras la cobertura de unas robustas columnas y éstas les protegieron en gran medida de las descargas de la extraña arma alienígena.
Fue en ese momento cuando Jason Murray decidió emprender una acción heroica y arriesgada que ayudaría a decantar más rápidamente la balanza del combate. Saliendo de la cobertura de la columna se lanzó entre los dos hombres serpiente realizando una acrobacia, para acabar aterrizando a la espalda de éstos y disparar su pistola contra la espalda de los mismos. Suponía que el hechizo no protegería al hombre serpiente de disparos por la espalda. Nunca lo llegó a comprobar, pues su disparó, después de tanta pirueta acabó errando su objetivo. Pero por el contrario los hombres serpiente, sorprendidos, instintivamente se giraron al verlo pasar entre ellos. El hombre serpiente del arma acertó prácticamente a bocajarro en el pobre Murray, pero eso permitió que el resto de investigadores pudieran disparar por la espalda a sus enemigos y acabar definitivamente con ellos.
Murray tardó algo en recuperarse de la descarga aturdidora, pero cuando lo hizo comprobó que las lesiones permanentes no eran excesivamente graves. Así, los investigadores pudieron continuar con la investigación. Escogieron al azar una de las puertas de la sala y penetraron por ella. La estancia en la que desembocaron se trataba de lo que parecía una prisión. Una celda de pesados barrotes se erigía al fondo y los investigadores se dirigieron allí esperanzados de encontrar allí retenido al Dr. Edwards. Pero su sorpresa fue mayúscula al ver que dentro no había ningún humano si no un escuálido hombre serpiente que se presentó como Cyathothys y que empezó a implorar por su libertad.
Cyathothys aseguraba que había sido encarcelado por sus congéneres pues había intentado ayudar a los humanos indígenas en vez de subyugarlos tal y como querían el resto de hombres serpientes. Sin embargo pese a las explicaciones del hombre serpiente, los investigadores no tenían nada claro si liberarle o no y más bien se decantaban por dejarle pudriéndose en la celda. Cyathothys trató de comprar su libertad diciendo que si lo liberaban les llevaría hasta el tesoro de las Llanganatis, pero ni eso pareció convencer a los investigadores. Sin embargo, cuando el hombre serpiente empezaba a temerse que no lo liberarían, al final encontró una forma de comprar su libertad. Él conduciría directamente a los investigadores al lugar donde sus congéneres tenían retenido al Dr. Edwards a cambio de que abrieran la celda. Así lo hicieron los investigadores, aunque como no acababan de fiarse de Cyathothys, decidieron emplear las esposas policiales de Steve Lean para asegurarse la docilidad del delgado hombre serpiente.
Se dejaron guiar por Cyathothys por los corredores de la vieja nave alienígena hasta que desembocaron en un pasillo con una puerta al fondo del mismo. Tras ésta se escuchaban los desquiciados gritos de una persona. Una voz que muchos reconocieron como la de su amado Duncan Edwards. Se precipitaron a abrir la puerta y tras ella se encontraron a un par de hombres serpiente que accionaban una extraña máquina. La máquina estaba formada por una cúpula de lo que parecía vidrio, dentro de la cual se retorcía de dolor el Dr. Edwards. De la cúpula salían un par de gruesos tubos que conectaban con sendos sarcófagos.
Los hombres serpiente estaban enfrascados en sus tareas y los desesperados gritos de Edwards les impidieron escuchar el ruido de la apertura de la puerta lo que permitió que los investigadores atacaran por sorpresa a los alienígenas, un factor que rápidamente desequilibró la balanza en favor del grupo de americanos. Los sortilegios de los hombres serpiente les permitieron alargar un poco el combate, pero lo que mal empieza , mal acaba, y pronto yacían ambos muertos en el suelo. Smidtz y Svensson se afanaron a desconectar los tubos ya que no querían perder tiempo estudiando como funcionaba la extraña máquina. Fue desconectar los tubos y de repente Edwards dejó de gritar, desplomándose exhausto en el suelo.
Cuando acabó todo el revuelo los investigadores se dieron cuenta de que, mientras habían estado inmiscuidos en el tiroteo, Cyathothys había aprovechado que nadie le prestaba atención para escaparse. Steve Lean inició la persecución del hombre serpiente, mientras el resto se quedaba en la estancia buscando una forma de abrir la cúpula y liberar al Dr. Edwards. Steve remontó el pasadizo hacia atrás, de nuevo hasta llegar a la sala de las columnas y las múltiples puertas. Allí no había forma de saber por dónde había ido Cyathothys, así que escogió una puerta de las que no habían abierto aún y entró por ella. Siguió el pasillo y al final del mismo se encontró una estancia que le dejó sin aliento.
La sala estaba repleta de arriba a abajo de un enorme tesoro de incalculable valor. Oro, objetos de orfebrería, armas rituales de metales preciosos y jade, cálices y montones de monedas que cubrían cada palmo de la habitación. Steve tenía ante sí el mítico tesoro de las Llanganatis y con su visión se olvidó por completo de la persecución del fugado hombre serpiente. Volvió hacia atrás para avisar a sus compañeros, a los que encontró en la sala de las columnas ya con Duncan Edwards en brazos. Les contó lo del tesoro y se produjo allí mismo una breve discusión entre ellos. Mientras el Dr. Sdmitz les urgía a salir de allí cuanto antes mejor ahora que tenían a Edwards, el resto no querían abandonar la pirámide sin parte del enorme tesoro. Así que se separaron allí mismo, Sdmitz, ayudando al Dr. Edwards a caminar, se encaminó directamente a la salida, mientras el resto volvían a la sala del tesoro, donde empezaron a buscar objetos de alto valor pero poco volumen, para poderse llevar en sus pequeñas mochilas.
Sdmitz y Edwards alcanzaron la superficie y asomaron tímidamente la cabeza, rezando para no encontrarse con el monstruoso ser que había aparecido por el portal. Con alivio descubrieron que no quedaba rastro del ser, que probablemente habría tenido que volver a su dimensión. Mucho mejor, pues con Edwards en un estado lamentable que le impedía correr, a Sdmitz no se le ocurría cómo podrían haber burlado al monstruo.
Los dos profesores se encaminaron poco a poco hacia la jungla, alejándose de la pirámide. Justo en ese momento una enorme explosión se escuchó a sus espaldas y la pirámide empezó a colapsar, derrumbándose sobre sí misma y sepultando vivos al resto de sus compañeros. La avaricia les había llevado a la muerte. Las lágrimas corrieron profusas por las mejillas de Heimrich Sdmitz mientras junto a su viejo amigo Edwards se dirigía hacia el río Amazonas, para llegar a la barca y conseguir volver hasta Iquitos alejándose para siempre de ese lugar maldito. Mientras se adentraban en la jungla, desde no se sabe muy bien dónde, escucharon el eco de las agudas carcajadas del taimado Cyathothys.
Nota del Director: Este final fue totalmente anticlimático, pero acabó resultando un gran final para una buena sesión. Un final improvisado pero muy adecuado para una sesión como ésta en que habían llevado al máximo el concepto de pulp. Un final muy a lo Indiana Jones, en que el altruista sobrevive y los avariciosos acaban pereciendo. Y al fin y al cabo, un final en el que se cumplía la visión profética que el propio Sdmitz había tenido, en la que había visto volar por los aires la pirámide. No sé si mis jugadores opinan lo mismo, pero a mí me encantó este final.
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Espero que os hayan gustado las vivencias de este pintoresco grupo de investigadores de gatillo fácil.
Saludos y que vuestro camino sea llano y provechoso.
Saludos y que vuestro camino sea llano y provechoso.